26 de noviembre de 2012

Voynich, secretos y libroquimistas.

¡Asuit!

Quizás habréis oído hablar del Manuscrito Voynich, el libro más raro del mundo. Está escrito en un alfabeto e idioma desconocido y llenito de ilustraciones de astrología y botánica. Es algo así como el Santo Grial de la criptografía histórica: nadie ha logrado descifrarlo.
Muchos piensan que probablemente es un engaño, "una secuencia de símbolos al azar sin sentido alguno". Pero, ¿qué sentido tendría llenar 240 páginas de pergamino de símbolos al azar e ilustraciones científicas?

 También se ha averiguado que este idioma no sigue la "Ley de Zipf", la ley que estipula que en un idioma, la longitud de una palabra es inversamente proporcional a su frecuencia de aparición: cuánto más aparece una palabra, más corta es. Y no es el caso del voynichés.




Y ahora los libroquimistas, que provienen de  la novela La ciudad de los libros soñadores, de Walter Moers. Son personajes ficticios ya desaparecidos en Zamonia y todo el resto del planeta Tierra presentados como científicos medio locos y algo -muy- extremistas en sus acciones... sobre todo cuando se trata de proteger celosamente sus secretos de química. Se pasan toda su vida haciendo experimentos peligrosos para tener libros de materia de más alta calidad, o perfumes para sus hojas, y también para que ciertos libros sean capaces de vivir, soñar, y hasta matar. Para estar seguros de que nadie les robaría sus fórmulas, inventaron un lenguaje y un alfabeto secreto que nadie lograba descifrar (aunque tampoco había mucha gente que quisiera hacerlo si no era otro científico loco). Un libroquimista de alto nivel era capaz de meter substancias en las páginas de un libro que al ser tocadas, influirían unas extrañas visiones en las que el lector oiría ruidos extraños, roces o arañazos para hacer que un libro de miedo pasara a ser un libro de terror puro. Evidentemente, también habían libros románticos que darían la sensación al lector de estar en una nube.



En estos dos casos, se ve como personas diferentes hacen búsquedas y estudios sobre una materia científica y guardan muy cuidadosamente sus descubrimientos, para que nadie se los robe. Y no son los únicos casos que existen. Pensad, por ejemplo, cuando, de pequeños, empezabais a pintar una hoja en el cole y no dejabais que otros alumnos lo vieran. Intentar proteger una idea encontrada es una actitud perfectamente normal y que todos hemos tenido ya, pero ¿hasta qué punto llegaríais vosotros?

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